La octava ilusión
Tenía ganas de postear pero no tenía algo interesante que escribir. Se nota que se me están acabando las vacaciones. De todas formas, quería publicar algo por aquí, una foto, un vídeo, una canción, algo... Después de pensarlo un rato y revisar algunos archivos me encontré con un cuento (o mini-cuento) que escribí hace un par de meses aproximadamente basándome en algunas experiencias personales. Sé, antes de que me lo comenten, que estos no son versos. Hey, yo estudio ingeniería y me la paso entre números pero algo me acuerdo de las clases de Castellano del colegio...
Lo que sea, aquí se los dejó...
Lo que sea, aquí se los dejó...
La octava ilusión
La melodía de su voz había quedado registrada en su cerebro y sonaba más fuerte que el estruendo del metro avanzando entre los rieles. Ese sonido se agudizaba cada segundo con cada centímetro que la bala de acero plateado gigante avanzaba sin mirar atrás. Sin embargo su voz todavía se oía clara y concisa así como su eco, que se repetía en cada choque con las paredes de las neuronas. En un instante, el metro había desaparecido y con él su traqueteante ruido que parecía esfumarse por entre las ventanas del edificio colosal. La voz persistía en su cerebro dándole esperanzas en esa aventura.
Esta vez ella no negó la invitación como otras veces. Él tenía todavía fresco en la memoria el recuerdo de las tantas ocasiones en que los ojos de ella se apagaban mirando hacia abajo y con las cejas inclinadas y los dientes mordiendo su lengua le inventaba cualquier excusa barata para convencerlo de que no podía ir con él. Esta vez, por el contrario, su sonrisa incitaba a pensar que estaba ansiosa por charlar con él algún día, en algún lugar distinto a la concurrida estación del metro donde se encontraban todos los lunes. Siempre era lo mismo: aunque saliera temprano, él la esperaba por las escaleras que estaban al lado del anuncio de cigarrillos. Estaba seguro de que ella pasaría por allí. Esta vez no fue la excepción.
Vio desde lejos como sus zapatos de goma blancos competían con sus reflejos en el suelo brillante mientras marchaban por el pasillo. Observó como su figura contorneada jugaba con los rayos de luz que venían del ventanal. Él esperaba paciente el momento en que ella se diera cuenta de su presencia. Cuando pocos metros los separaban, ambos pares de ojos se iluminaron mutuamente. Ella trazó una sonrisa en su rostro canela mientras quitaba un manojo de cabellos que rozaban sus labios. Le dio un beso en la mejilla y le dijo: “¿Cuántos trenes dejaste pasar hoy para esperarme?” . Intentando una sonrisa, él respondió: “Sólo uno”. Habían sido cinco.
Él sabía que poco a poco su relación se convertía en una amistad perfecta y en un amor imposible. No estaba dispuesto a intentar deliberadamente buscar el amor sabiendo que perdería la amistad. Esa amistad que se había forjado entre lápices y cuadernos, bajo el sol incesante que azotaba al colegio todos los recreos. Esa amistad que se le alimentaba de confianza y simpatía y que oxidaba su corazón dejándolo inerte y sin posibilidades de acampar en el corazón de ella. Ese día era distinto – él lo sabía – intentaría una vez más engañar al destino y cambiarle una amistad por un amor. Sería difícil.
Después de utilizar algunos minutos hablando tonterías – él sabía que eso le gustaba a ella – le recordó las siete veces que ella le había prometido verse en cualquier otro lugar distinto a la frenética estación de metro y sin titubear le dijo: “Me atrevería a invitarte otra vez. Tengo ganas de oír un buen “no” el día de hoy”. Nuevamente los labios de ellas se apretaron formando un sinclinal, pestañeó rápidamente dos veces, se mordió la punta de la lengua y añadió: “Si el jueves te parece bien nos vemos entonces”. Los rieles vibraron y gritaron enardecidos anunciado la llegada de otro metro. Él sonrió y respiro profundo: “El jueves será el día... entonces”, le dijo. Y se volvió a ilusionar como las siete veces pasadas.
Esta vez ella no negó la invitación como otras veces. Él tenía todavía fresco en la memoria el recuerdo de las tantas ocasiones en que los ojos de ella se apagaban mirando hacia abajo y con las cejas inclinadas y los dientes mordiendo su lengua le inventaba cualquier excusa barata para convencerlo de que no podía ir con él. Esta vez, por el contrario, su sonrisa incitaba a pensar que estaba ansiosa por charlar con él algún día, en algún lugar distinto a la concurrida estación del metro donde se encontraban todos los lunes. Siempre era lo mismo: aunque saliera temprano, él la esperaba por las escaleras que estaban al lado del anuncio de cigarrillos. Estaba seguro de que ella pasaría por allí. Esta vez no fue la excepción.
Vio desde lejos como sus zapatos de goma blancos competían con sus reflejos en el suelo brillante mientras marchaban por el pasillo. Observó como su figura contorneada jugaba con los rayos de luz que venían del ventanal. Él esperaba paciente el momento en que ella se diera cuenta de su presencia. Cuando pocos metros los separaban, ambos pares de ojos se iluminaron mutuamente. Ella trazó una sonrisa en su rostro canela mientras quitaba un manojo de cabellos que rozaban sus labios. Le dio un beso en la mejilla y le dijo: “¿Cuántos trenes dejaste pasar hoy para esperarme?” . Intentando una sonrisa, él respondió: “Sólo uno”. Habían sido cinco.
Él sabía que poco a poco su relación se convertía en una amistad perfecta y en un amor imposible. No estaba dispuesto a intentar deliberadamente buscar el amor sabiendo que perdería la amistad. Esa amistad que se había forjado entre lápices y cuadernos, bajo el sol incesante que azotaba al colegio todos los recreos. Esa amistad que se le alimentaba de confianza y simpatía y que oxidaba su corazón dejándolo inerte y sin posibilidades de acampar en el corazón de ella. Ese día era distinto – él lo sabía – intentaría una vez más engañar al destino y cambiarle una amistad por un amor. Sería difícil.
Después de utilizar algunos minutos hablando tonterías – él sabía que eso le gustaba a ella – le recordó las siete veces que ella le había prometido verse en cualquier otro lugar distinto a la frenética estación de metro y sin titubear le dijo: “Me atrevería a invitarte otra vez. Tengo ganas de oír un buen “no” el día de hoy”. Nuevamente los labios de ellas se apretaron formando un sinclinal, pestañeó rápidamente dos veces, se mordió la punta de la lengua y añadió: “Si el jueves te parece bien nos vemos entonces”. Los rieles vibraron y gritaron enardecidos anunciado la llegada de otro metro. Él sonrió y respiro profundo: “El jueves será el día... entonces”, le dijo. Y se volvió a ilusionar como las siete veces pasadas.
Saludos y gracias por sus comentarios. Esta vez sí que es díficil comentar, lo sé!!!
Etiquetas: Poesías; cuentos; canciones; etc
buen post, solo el corazon nos puede advertir cuando es prudente insistir y cuando no, al final la recompensa es grande, saludos.
jueves, marzo 30, 2006 8:01:00 p. m. Psique
No será un verso, pero te quedo muy bien , excelente historia! se nota que aprendiste bien en castellano .. ;)
Soy partidaria de que se mantenga la amistad sobre las opciones del amor...cuando las cosas tienen que pasar , de alguna u otra forma ser'an; solo hay que esatr atento a las oportunidades que se den!..
aprovecha tus ultimos dias libres !
domingo, abril 09, 2006 9:44:00 p. m. Acerina
¡Hermosa historia! ¡Dulce y meláncolica!
Me gusta tu estilo :)
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