La curiosidad (pequeña demostración)
La estación del metro de Plaza Venezuela clamaba por un espacio libre mientras el reloj marcaba las 12.25. El calor abofeteaba con fuerza a la masa impaciente de gente que se aglutinaba sin quererlo hacer.
Frente a mis ojos, un niño de movimientos vivaces y ojos inquietos jugaba a traspasar el reino de lo prohibido tocando la tenebrosa línea amarilla. La pisó un par de veces hasta que por fin la pasó por completo. Estuvo un rato allí hasta que se sintió cómodo y decidío hacer de esa su posición. En ese momento se oyó la voz obstinada y anacrónica de una de las asistentes en la cabina principal: "Se les recuerda a los señores usuarios que por razones de seguridad deben abstenerse de cruzar la línea amarilla". A nadie pareció importarle, muchos menos al pequeño niño que seguí feliz en el terreno prohibido. Nuevamente la voz se hizo escuchar, esta vez con toques de molestia y rabia: "Se le agradece al niño de camisa roja y bulto azul no transpasar la línea amarilla". Habiendo pronunciado estas palabras, cientos de ojos se voltearon a ver al infractor.
Todos buscaban desesperadamente encontrar a aquel que se había atrevido a hacer lo prohibido. Se preguntaban entre ellos, movían frenéticamente sus cuellos, algunos saltaban, otros se agachaban. Miraban hacia el otro andén, hacia arriba y hacia los lados. Luego de un movimiento brusco de cintura, cuello y ojos por fin lograron ver lo que buscaban. Ya no importaba el calor, el tiempo, la espera, el ruido; todo era ya segundo plano. Aquel niño con la manzana del árbol prohibido mordida en una mano había calmado ese sentimiento incipiente, avasallante; había calmado su curiosidad.
Frente a mis ojos, un niño de movimientos vivaces y ojos inquietos jugaba a traspasar el reino de lo prohibido tocando la tenebrosa línea amarilla. La pisó un par de veces hasta que por fin la pasó por completo. Estuvo un rato allí hasta que se sintió cómodo y decidío hacer de esa su posición. En ese momento se oyó la voz obstinada y anacrónica de una de las asistentes en la cabina principal: "Se les recuerda a los señores usuarios que por razones de seguridad deben abstenerse de cruzar la línea amarilla". A nadie pareció importarle, muchos menos al pequeño niño que seguí feliz en el terreno prohibido. Nuevamente la voz se hizo escuchar, esta vez con toques de molestia y rabia: "Se le agradece al niño de camisa roja y bulto azul no transpasar la línea amarilla". Habiendo pronunciado estas palabras, cientos de ojos se voltearon a ver al infractor.
Todos buscaban desesperadamente encontrar a aquel que se había atrevido a hacer lo prohibido. Se preguntaban entre ellos, movían frenéticamente sus cuellos, algunos saltaban, otros se agachaban. Miraban hacia el otro andén, hacia arriba y hacia los lados. Luego de un movimiento brusco de cintura, cuello y ojos por fin lograron ver lo que buscaban. Ya no importaba el calor, el tiempo, la espera, el ruido; todo era ya segundo plano. Aquel niño con la manzana del árbol prohibido mordida en una mano había calmado ese sentimiento incipiente, avasallante; había calmado su curiosidad.
No sé a cual gato mató la curiosidad, pero esta vez hizo voltear y silenciar casi a cien personas.
P.D. No sé porque me dieron ganas de escribirlo de esta manera, quizás era el espíritu del BlogDay.
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jueves, agosto 31, 2006 at 11:25 p. m..
You can skip to the end and leave a
response.
viernes, septiembre 01, 2006 1:15:00 a. m.Excelente narración Zord!
Besos!
viernes, septiembre 01, 2006 9:10:00 a. m.
Recuerdo que esta situación del niño que pasó la raya amarilla me pasó a mí hace un montón de años, recuerdo que estaba como en 4to año de bachillerato e ingresé a la estación del metro de Palo Verde leyendo con mucho interés los apuntes de una materia para tratar de fijar en mi memoria algunas fechas históricas para un éxámen que tenía a primera hora de la mañana.
Estaba muy angustiada, por eso llegué al andén y me paré en la zona prohibida :-(
Fue muy penoso, porque en realidad no lo había hecho con intención y a pesar de que el operador haciendo referencia a mi descripción me pedía por el altavoz que retrocedira, no le estaba prestando atención, gracias a una señora que estaba cerca de mi me di cuenta...
Esta chévere tu redacción :-)
Saludos.-
viernes, septiembre 01, 2006 3:41:00 p. m.
Por lo menos el niño probó la manzana mas no la siguió devorando hasta caer en los rieles del tren, como se le ocurrió a un individuo el día de ayer en horas de la mañana en la estación de Artigas.
Aburrido del don que Dios nos regaló, decidió lanzarse más allá de la línea amarilla para ya no ver más la luz. ¡Que manera de despedirse del mundo!, no sólo se quitó la vida, cosa bastante lamentable, también logró colapsar a los usuarios de esa zona de Caracas, incluyéndome, el resultado: una aventura completa para llegar a mi lugar de trabajo y encima a las 9:30 am cuando mi entrada es a las 8:00 am.
El Blog del Metro pide a gritos ser creado, voy a ver si este "fin" termino su banner y esperar quién más se nos une al proyecto.
viernes, septiembre 01, 2006 5:28:00 p. m.
Yo tampoco sé si la curiosidad mate gatos, ni a cuales ...pero ¡Cómo entretiene!, no es por nada pero el venezolano es mega curioso!! nunca salgo de mi asombro cuando siempre que sucede algo la gente se aglomera nada más para ver lo que pasa; hasta cuando uno va en metro bus y hay algun accidente ... la gente casi que se sale por las ventanas para ver .. jejejeje.
Saludos!!!! y Happy blog day ... al día siguiente :P
viernes, septiembre 01, 2006 5:55:00 p. m.
Feliz BlogDay men! Muy buena la historia. Yo tambien hubiese voltedao.
viernes, septiembre 01, 2006 6:53:00 p. m.
Quedó excelente!! definitivamente somos curiosos por naturaleza! Y entrépitos también! xD
Beshos lindo! ^^
viernes, septiembre 01, 2006 7:43:00 p. m.
Lo de traspasar la raya amarilla ha dejado de ser una trasgresión de las más peligrosas en el metro. Me refiero al peligro, más que a la trasgresión. la última vez que tomé el metro, en el intento por abordar un vagón, casi quedo partida en dos, como en esos trucos de magia en que piernas y pies quedan de un lado y torso y cabeza del otro. Cuando conseguí entrar, quedé empotrada entre una señora por detrás y un niñito por delante (quizás hijito de la dama). Esta me masajeó la espalda con la cartera y el niño me aplanó el vientre a punta de cabezazos. Para quienes no tienen como pagarse un costosísimo spa, les recomiendo la experiencia. No conseguí de donde agarrarme, pero ni falta que hacía. Estabamos como sardinas en lata, pero encajados cual piezas de rompecabezas. Allí no se movía nadie, ni que quisiera hacerlo. Pensé que cuando me tocara salir en la estación de mi destino, no iba a conseguir la manera de hacerlo. Pero me acompañó la suerte y practicamente fui expulsada por una marea que tenía la misma estación como salida.
Besos. Muy bueno el post.
viernes, septiembre 01, 2006 9:51:00 p. m.
Happy Blog Day Zord...ahh y no te preocupes por el examen, cada vez que yo digo eso reviento..Besos
sábado, septiembre 02, 2006 4:57:00 p. m.
Jejeje me acabas de ahorrar años de inquietud, con respecto a esa bendita raya amarilla, bien por los curiosos...
Saludos...:d
sábado, septiembre 02, 2006 9:47:00 p. m.
ahora me toca decir a mi " excelente narración". un besote!
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